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CAPÍTULO VI

Cundió por Z la nueva con la velocidad de un rayo: de los círculos aristocráticos bajó o subió la noticia, que en esto de si subió o bajó no podemos emitir informe, a los de la clase media, y de los de la clase media a los del pueblo. Lo que en los círculos dorados se comentaba solo con una sonrisa maliciosa o con un signo hecho todo, formado todo, de una intención venenosa que hubieran envidiado los zanganotes del infierno, era comentado en las tabernas con esos apóstrofes que reventan en la boca del pueblo de exceso de energía, de sobra de fuerza. «esa aristocracia podrida, esos marqueses que ni siquiera son hombres. chupando en la misma odiosa proporción oro que vicio y nunca ahítos. ¡Más oro más vicio!, que critican nuestra hambre y se burlan de nuestras manos callosas.
La condesa, ya hacía tiempo que tenía conocimiento del hecho: lo había adivinado, presentido, antes de la boda, cuando recibió las primeras revelaciones del hijo. -«Yo estoy enfermo mamá, no puedo casarme.» Ahora, ya hacía dos meses que trataba de preparar la opinión para suavizar el escándalo: pero el escándalo estalló en el aire como una nube cargada de electricidad; disparando el rayo: la marquesa de Puerto Arcas había solicitado de los tribunales franceses la anulación de su matrimonio por impotencia del esposo: aceptaba las pruebas; se sometía a las experimentaciones periciales, -estaba virgen después de cuatro meses de unión conyugal;- se había casado con un eunuco.